martes, 20 de mayo de 2014

REFLEXIONES SOBRE UN PLAN DE COMUNICACIÓN EN UN CENTRO ESCOLAR




Postmark, Pony express, 1860, Westbound

“Lo bueno, si breve, dos veces bueno” es un conocido proverbio de Baltasar Gracián. Otro menos famoso dice “Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos”. El que tenga aliento para leer lo que sigue puede deducir que tengo poco respeto por la sabiduría de aquel jesuita díscolo y casi paisano mío, pero sobre eso ya hablaremos al final, si alguno llega. Ahora pasemos a lo nuestro.

La necesidad de abrir los centros escolares hacia su entorno es, desde hace décadas, una idea-fuerza de todos los que aspiran a desarrollar un proyecto de renovación o de actualización educativa. Pero, además, la vida diaria de los centros escolares viene demostrando, especialmente en unos últimos años marcados por profundos cambios sociales y demográficos, la importancia que una comunicación fluida por parte de los centros hacia su entorno, en el sentido más amplio del concepto, tiene para sus fines educativos y que la obturación de los canales de esa comunicación suele estar emparejada con los problemas más graves a los que se puede enfrentar un docente, un alumno o el centro escolar en su conjunto.

Casi la totalidad de los centros de enseñanza ha desarrollado en los últimos tiempos su plan de comunicación, a veces convenientemente planificado, más frecuentemente como resultado de prácticas parciales, en principio casi experimentales o excepcionales que se han ido extendiendo y acumulando con el paso del tiempo en función de su utilidad demostrada.

El resultado de estas prácticas ha dado lugar a unos sistemas de comunicación muy variados de un centro a otro y con un punto débil, la dependencia de determinadas personas comprometidas con algunos aspectos de esa tarea. La desaparición de los voluntarios, por jubilación, traslado o cansancio, llevan en muchas ocasiones a la cancelación de algunos de los canales creados (todos hemos encontrado, por ejemplo, hermosas páginas web de algunos centros con el correspondiente epitafio. “última actualización 29-6-2007”).

Por lo tanto, establecidas estas consideraciones, podríamos resumir diciendo que el establecimiento de un plan de comunicación en los centros docentes es necesario por sus intenciones y objetivos y también por la necesidad de establecer unos protocolos de actuación que no dependan del activismo de un “hero of teaching” sino que sean un conjunto de recursos asumidos y empleados por la comunidad escolar en su conjunto.

Señalado este punto de partida empieza lo difícil: ¿Qué objetivos fundamentales perseguimos con un plan de comunicación basado en las nuevas tecnologías?

Ya hemos dicho que cuando establecemos un plan de comunicación entre el centro, las personas que desarrollan en él su trabajo y su entorno, intentamos reforzar un elemento que, como nos demuestra la experiencia diaria, es decisivo para mejorar el desarrollo de la actividad educativa.

Si además ese plan está basado en las nuevas tecnologías y es impulsado por el equipo directivo con el concurso de la comunidad educativa estamos exhibiendo una carta de presentación que habla un centro moderno y bien gestionado, con las consecuencias evidentes y positivas que esa imagen puede tener para su actividad.

¿Cómo se reflejarían esos objetivos en los diferentes sectores del entorno educativo?

Para el centro, entendido como institución y comunidad, sería como apuntábamos más arriba un medio para dar a conocer su actividad, cotidiana y extraordinaria, más allá de sus paredes y sin intermediarios. La imagen que el centro ganaría en transparencia y cercanía eso sí, a costa de una mayor exposición pública.

Para los profesores el desarrollo del plan tiene una ventaja por encima de todas las demás y es la posibilidad de relacionarse directa e inmediatamente con su entorno, una condición fundamental para la resolución de problemas, formativos y de convivencia, antes de que se enconen. Ahora bien esa ventaja tiene un precio, y no necesariamente pequeño, que empieza por un potencial aumento de trabajo y por la necesidad de establecer, y seguir, un protocolo de actuación y una planificación más precisa del trabajo docente que puede provocar cierto encorsetamiento formal.

A los alumnos, el plan de comunicación que incorpora las redes sociales les aporta seguridad en cuanto a la disposición de informaciones sobre la vida del centro, acceso a los materiales necesarios para su proceso de aprendizaje y un canal directo de consulta con sus profesores. También aumentarían las posibilidades de colaboración entre iguales. Además el uso de las redes sociales en relación con su trabajo les dará a conocer una faceta que, como nos dicen las encuestas, no es la más utilizada y que les será necesaria sin duda en un futuro casi inmediato. El plan también podría establecer canales para facilitar la expresión de los problemas e inquietudes de los alumnos y para aprender a hacerlo de una forma adecuada y conveniente. Los riesgos del uso inadecuado de estos medios por parte de algunos alumnos (algo casi inevitable según muestra la experiencia) sería el peaje más probable en este aspecto.

Por último, para las familias el plan de comunicación abre la posibilidad de estrechar sus relaciones con el proceso educativo. Su conocimiento del centro, de sus logros y de sus problemas, será mayor y aparecerá una posibilidad de implicación y de participación con la que podría superarse la comunicación unidireccional que impera actualmente en la mayoría de los casos.

Un plan de estas características también plantea problemas generales. El más evidente el que se deriva de la asimetría  tecnológica de los miembros de la comunidad escolar, que  exigirá la convivencia de los canales tradicionales en paralelo a los derivados de las nuevas tecnologías con la probable duplicación de esfuerzos (además no podemos caer en ingenuidades como la de la desaparición del papel mientras las leyes y los reglamentos le sigan dando un protagonismo absoluto en los actos administrativos).

Del mismo modo, la implantación de un plan de comunicación exige, al menos de inicio, un compromiso de aprendizaje y uso que supone un aumento del trabajo individual y colectivo, voluntarismo, falta de recompensas (en especie o metálico).

Por último, está el riesgo de desgaste que un exceso de información y la sobreexposición del centro y de sus profesores puede provocar a medio plazo.

De lo que acabamos de decir se desprende que no todos los participantes en esa red de comunicación tendrán interés en las mismas informaciones y que no todas las informaciones deberán alcanzar a todo el público potencial de la red. Este planteamiento, más o menos evidente, exige una detallada clasificación de la información en distintos “círculos” de acceso.
Hay materias y datos que pueden tener alcance universal, por ejemplo, los datos generales de matrícula, los planes de estudios del centro, los materiales escolares que se utilizan, las actividades culturales y extraescolares que se programan, etc, por supuesto, también aquellos de los que las leyes y la reglamentación vigente exigen su publicidad.

Otros asuntos tendrán necesariamente que tratarse casi como asuntos particulares estando a disposición de un número restringido, e interesado, de personas. Podemos señalar como ejemplo especial de esta información restringida los asuntos relacionados con los problemas de convivencia (curioso eufemismo) y sus consecuencias disciplinarias, de las que debe asegurarse  su borrado periódico en función de la normativa al respecto, pues, de lo contrario estamos corriendo el riesgo de estigmatizar a un alumno más allá de su evolución personal. Algo similar, aunque distinto, sucede con las evaluaciones psicológicas que, por su naturaleza, deben estar siempre al margen de una difusión por error.

También merecen una mención particular los materiales procedentes de la elaboración personal de profesores o colectiva de departamentos que debe tener el tratamiento que exijan sus autores (derechos y limitaciones de uso, copyrigth, etc.).

Por último, nos encontraremos con determinadas informaciones que por sus características y por su utilidad tendrán, digamos, un carácter mixto. Por ejemplo, las actividades referidas a un grupo de alumnos en concreto pueden tener interés para ese grupo, pero sólo ocasionalmente, para el conjunto de la comunidad educativa. Por razones de funcionalidad y eficacia sería poco operativo que en un centro, pongamos de 26 grupos con 9 disciplinas de media cada uno, se distribuyan todas las informaciones sin discriminación. (Un mensaje por miembro de un grupo y asignatura supondrían 260 informaciones diarias, si uno de cada 5 alumnos hace una consulta o intercambia una información, los mensajes se elevan a 410, si el profesor responde a la mitad de esas consultas, rondamos los 500 mensajes diarios en un día normalito). Por lo tanto es preciso establecer canales de comunicación reservados que eviten una sobrecarga de información.

Hay que establecer por lo tanto diferentes canales para cubrir las diferentes necesidades. El punto de partida podría ser la página web del centro, que en la mayoría de los casos ya existe, en la que aparecerían las informaciones generales (calendario de actividades, características del centro, etc.),  y donde anidarían los enlaces de las diferentes redes sociales y utilidades en las que participe el centro. Entre ellas habría que habilitar el acceso a un almacén de información (Dropbox, Drive…), que podría organizarse por cursos o por departamentos y que podría asociarse a bibliotecas de recursos (Diigo). Para el contacto directo con los alumnos y las familias podríamos potenciar el uso de Twitter como vehículo público fundamental. Para la comunicación privada el medio más adecuado sería el correo (Gmail). También sería importante desarrollar un espacio para ver la actividad del centro y de sus participantes (Pinterest). Por último podríamos establecer la existencia de blogs participativos tanto a nivel general del centro, de sus actividades específicas (fotografía, revista, teatro, deportes…) y de los aspectos docentes (grupos y/o asignaturas y/o departamentos).

Por fin hemos terminado pero, para justificar la extensión de lo que precede, no nos iremos sin decir algo más de nuestro admirado Gracián que, pese a sus consejos literarios, tenía tal afición a la escritura (y a publicar lo que no debía) que sus superiores acabaron penitenciándolo con una dieta de pan y agua y privándole de papel y tinta (que eso sí que duele). ¿Alguien duda de lo que hubiera disfrutado el hombre con un blog en sus manos?

Hasta pronto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario