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“Lo
bueno, si breve, dos veces bueno” es un conocido proverbio de Baltasar Gracián.
Otro menos famoso dice “Hase de hablar como en testamento, que a menos
palabras, menos pleitos”. El que tenga aliento para leer lo que sigue puede
deducir que tengo poco respeto por la sabiduría de aquel jesuita díscolo y casi
paisano mío, pero sobre eso ya hablaremos al final, si alguno llega. Ahora
pasemos a lo nuestro.
La
necesidad de abrir los centros escolares hacia su entorno es, desde hace
décadas, una idea-fuerza de todos los que aspiran a desarrollar un proyecto de
renovación o de actualización educativa. Pero, además, la vida diaria de los
centros escolares viene demostrando, especialmente en unos últimos años
marcados por profundos cambios sociales y demográficos, la importancia que una
comunicación fluida por parte de los centros hacia su entorno, en el sentido
más amplio del concepto, tiene para sus fines educativos y que la obturación de
los canales de esa comunicación suele estar emparejada con los problemas más
graves a los que se puede enfrentar un docente, un alumno o el centro escolar
en su conjunto.
Casi
la totalidad de los centros de enseñanza ha desarrollado en los últimos tiempos
su plan de comunicación, a veces convenientemente planificado, más
frecuentemente como resultado de prácticas parciales, en principio casi
experimentales o excepcionales que se han ido extendiendo y acumulando con el
paso del tiempo en función de su utilidad demostrada.
El
resultado de estas prácticas ha dado lugar a unos sistemas de comunicación muy
variados de un centro a otro y con un punto débil, la dependencia de
determinadas personas comprometidas con algunos aspectos de esa tarea. La desaparición
de los voluntarios, por jubilación, traslado o cansancio, llevan en muchas
ocasiones a la cancelación de algunos de los canales creados (todos hemos
encontrado, por ejemplo, hermosas páginas web de algunos centros con el
correspondiente epitafio. “última actualización 29-6-2007”).
Por
lo tanto, establecidas estas consideraciones, podríamos resumir diciendo que el
establecimiento de un plan de comunicación en los centros docentes es necesario
por sus intenciones y objetivos y también por la necesidad de establecer unos
protocolos de actuación que no dependan del activismo de un “hero of teaching” sino que sean un
conjunto de recursos asumidos y empleados por la comunidad escolar en su
conjunto.
Señalado
este punto de partida empieza lo difícil: ¿Qué objetivos fundamentales
perseguimos con un plan de comunicación basado en las nuevas tecnologías?
Ya
hemos dicho que cuando establecemos un plan de comunicación entre el centro,
las personas que desarrollan en él su trabajo y su entorno, intentamos reforzar
un elemento que, como nos demuestra la experiencia diaria, es decisivo para
mejorar el desarrollo de la actividad educativa.
Si
además ese plan está basado en las nuevas tecnologías y es impulsado por el
equipo directivo con el concurso de la comunidad educativa estamos exhibiendo
una carta de presentación que habla un centro moderno y bien gestionado, con
las consecuencias evidentes y positivas que esa imagen puede tener para su
actividad.
¿Cómo
se reflejarían esos objetivos en los diferentes sectores del entorno educativo?
Para
el centro, entendido como institución y comunidad, sería como apuntábamos más
arriba un medio para dar a conocer su actividad, cotidiana y extraordinaria,
más allá de sus paredes y sin intermediarios. La imagen que el centro ganaría
en transparencia y cercanía eso sí, a costa de una mayor exposición pública.
Para
los profesores el desarrollo del plan tiene una ventaja por encima de todas las
demás y es la posibilidad de relacionarse directa e inmediatamente con su
entorno, una condición fundamental para la resolución de problemas, formativos
y de convivencia, antes de que se enconen. Ahora bien esa ventaja tiene un
precio, y no necesariamente pequeño, que empieza por un potencial aumento de
trabajo y por la necesidad de establecer, y seguir, un protocolo de actuación y
una planificación más precisa del trabajo docente que puede provocar cierto
encorsetamiento formal.
A
los alumnos, el plan de comunicación que incorpora las redes sociales les
aporta seguridad en cuanto a la disposición de informaciones sobre la vida del
centro, acceso a los materiales necesarios para su proceso de aprendizaje y un
canal directo de consulta con sus profesores. También aumentarían las
posibilidades de colaboración entre iguales. Además el uso de las redes
sociales en relación con su trabajo les dará a conocer una faceta que, como nos
dicen las encuestas, no es la más utilizada y que les será necesaria sin duda
en un futuro casi inmediato. El plan también podría establecer canales para
facilitar la expresión de los problemas e inquietudes de los alumnos y para
aprender a hacerlo de una forma adecuada y conveniente. Los riesgos del uso
inadecuado de estos medios por parte de algunos alumnos (algo casi inevitable
según muestra la experiencia) sería el peaje más probable en este aspecto.
Por
último, para las familias el plan de comunicación abre la posibilidad de
estrechar sus relaciones con el proceso educativo. Su conocimiento del centro,
de sus logros y de sus problemas, será mayor y aparecerá una posibilidad de
implicación y de participación con la que podría superarse la comunicación
unidireccional que impera actualmente en la mayoría de los casos.
Un
plan de estas características también plantea problemas generales. El más
evidente el que se deriva de la asimetría tecnológica de los miembros de la comunidad
escolar, que exigirá la convivencia de
los canales tradicionales en paralelo a los derivados de las nuevas tecnologías
con la probable duplicación de esfuerzos (además no podemos caer en
ingenuidades como la de la desaparición del papel mientras las leyes y los
reglamentos le sigan dando un protagonismo absoluto en los actos
administrativos).
Del
mismo modo, la implantación de un plan de comunicación exige, al menos de
inicio, un compromiso de aprendizaje y uso que supone un aumento del trabajo
individual y colectivo, voluntarismo, falta de recompensas (en especie o
metálico).
Por
último, está el riesgo de desgaste que un exceso de información y la
sobreexposición del centro y de sus profesores puede provocar a medio plazo.
De
lo que acabamos de decir se desprende que no todos los participantes en esa red
de comunicación tendrán interés en las mismas informaciones y que no todas las
informaciones deberán alcanzar a todo el público potencial de la red. Este
planteamiento, más o menos evidente, exige una detallada clasificación de la
información en distintos “círculos” de acceso.
Hay
materias y datos que pueden tener alcance universal, por ejemplo, los datos
generales de matrícula, los planes de estudios del centro, los materiales
escolares que se utilizan, las actividades culturales y extraescolares que se
programan, etc, por supuesto, también aquellos de los que las leyes y la
reglamentación vigente exigen su publicidad.
Otros
asuntos tendrán necesariamente que tratarse casi como asuntos particulares
estando a disposición de un número restringido, e interesado, de personas.
Podemos señalar como ejemplo especial de esta información restringida los
asuntos relacionados con los problemas de convivencia (curioso eufemismo) y sus
consecuencias disciplinarias, de las que debe asegurarse su borrado periódico en función de la normativa al
respecto, pues, de lo contrario estamos corriendo el riesgo de estigmatizar a
un alumno más allá de su evolución personal. Algo similar, aunque distinto,
sucede con las evaluaciones psicológicas que, por su naturaleza, deben estar
siempre al margen de una difusión por error.
También
merecen una mención particular los materiales procedentes de la elaboración
personal de profesores o colectiva de departamentos que debe tener el
tratamiento que exijan sus autores (derechos y limitaciones de uso, copyrigth,
etc.).
Por último,
nos encontraremos con determinadas informaciones que por sus características y
por su utilidad tendrán, digamos, un carácter mixto. Por ejemplo, las
actividades referidas a un grupo de alumnos en concreto pueden tener interés
para ese grupo, pero sólo ocasionalmente, para el conjunto de la comunidad
educativa. Por razones de funcionalidad y eficacia sería poco operativo que en
un centro, pongamos de 26 grupos con 9 disciplinas de media cada uno, se
distribuyan todas las informaciones sin discriminación. (Un mensaje por miembro
de un grupo y asignatura supondrían 260 informaciones diarias, si uno de cada 5
alumnos hace una consulta o intercambia una información, los mensajes se elevan
a 410, si el profesor responde a la mitad de esas consultas, rondamos los 500
mensajes diarios en un día normalito). Por lo tanto es preciso establecer
canales de comunicación reservados que eviten una sobrecarga de información.
Hay
que establecer por lo tanto diferentes canales para cubrir las diferentes
necesidades. El punto de partida podría ser la página web del centro, que en la
mayoría de los casos ya existe, en la que aparecerían las informaciones
generales (calendario de actividades, características del centro, etc.), y donde anidarían los enlaces de las
diferentes redes sociales y utilidades en las que participe el centro. Entre
ellas habría que habilitar el acceso a un almacén de información (Dropbox, Drive…), que podría organizarse por cursos o por departamentos y que podría
asociarse a bibliotecas de recursos (Diigo). Para el contacto directo con los
alumnos y las familias podríamos potenciar el uso de Twitter como vehículo
público fundamental. Para la comunicación privada el medio más adecuado sería el
correo (Gmail). También sería importante desarrollar un espacio para ver la actividad
del centro y de sus participantes (Pinterest). Por último podríamos establecer
la existencia de blogs participativos tanto a nivel general del centro, de sus
actividades específicas (fotografía, revista, teatro, deportes…) y de los
aspectos docentes (grupos y/o asignaturas y/o departamentos).
Por
fin hemos terminado pero, para justificar la extensión de lo que precede, no nos iremos sin decir algo más de nuestro admirado
Gracián que, pese a sus consejos literarios, tenía tal afición a la escritura (y
a publicar lo que no debía) que sus superiores acabaron penitenciándolo con una
dieta de pan y agua y privándole de papel y tinta (que eso sí que duele). ¿Alguien
duda de lo que hubiera disfrutado el hombre con un blog en sus manos?
Hasta
pronto.
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